Según estudios científicos, los recuerdos están hechos de una proteína. Concretamente, de un tipo de prion llamado CPEB3, que prepara las neuronas para almacenar recuerdos duraderos.
La corteza cerebral es como un jardín poblado de árboles, que son las neuronas. Aproximadamente, hay unas 86.000 millones de neuronas que forman sinapsis, interconexiones, ramas que unen unas neuronas con otras para, entre otras cosas, por ejemplo, crear recuerdos.
«Cada vez que recordamos, reinventamos el recuerdo»
Mara Dierssen
Para recuperar un recuerdo se activan esas sinopsis ya establecidas cuando se creó el recuerdo, pero también se forman nuevas. Por ello, según la doctora Mara Dierssen, expresidente de la Sociedad Española de Neurociencia, «cada vez que recordamos, reinventamos el recuerdo».

«En el fondo, la memoria es un proceso biológico no muy diferente al latido del corazón», explica desde una perspectiva menos romántica el premio Nobel Eric Kandel. Y no le falta razón. De hecho, así lo explicaba ya Ramón y Cajal en 1884: todos los recuerdos, incluso los fugaces, se crean cuando pequeñas ramas (axones) que se extienden desde las neuronas se conectan entre sí.
Estos puntos de conexión –sinapsis–, pueden ser fuertes o débiles. Cuando se debilitan, los recuerdos se desvanecen. Cuando se fortalecen, permanecen. El fortalecimiento de una sinapsis causa un cambio físico en la anatomía de las neuronas.
Según se sabe hasta ahora, el cerebro tiene una alta capacidad de almacenamiento. Pero, aunque su base mecánica tenga similitudes, los mecanismos de guardado y los de recuperación son diferentes, ahí residen los misterios de la memoria humana, ligada a la emoción y los estímulos sensoriales.
¿Cómo? Fácil. ¿Quién no ha sentido el despertar de un recuerdo, a raíz de un estímulo sensorial como un olor? Sin embargo, muchas veces se trata de recuerdos almacenados pero olvidados.
Un frente de investigación
Según un estudio de la Universidad de Columbia (EEUU), la proteína CPEB3, que según se ha explicado se relaciona con los recuerdos, también está presente en los roedores, por lo que también prepara sus cerebros para el almacenamiento duradero de recuerdos.

De ser un mecanismo similar en humanos, como cree el equipo neurocientífico de Columbia, estamos ante otro frente para abordar enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer, puesto que se podrán realizar una gran variedad de estudios experimentales para conocer mejor el funcionamiento de la CPEB3.